Terminó el Buen Fin, con mal sabor

Tome nota. Terminó el Buen Fin y, como cada año, los únicos ganadores reales fueron las grandes cadenas comerciales.

El consumidor, ese que llega ilusionado con la cartera temblorosa y la esperanza de encontrar la oferta del siglo, volvió a quedarse mirando etiquetas que más que descuentos parecían ejercicios de truco y maroma.

Porque, dígame usted con honestidad:

¿en verdad encontró una ganga de esas que ameritan presumirse en la sobremesa?

¿O más bien descubrió que muchos “descuentos” eran simples juegos de mercadotecnia disfrazados de oportunidad?

La realidad es otra: el Buen Fin se ha convertido en el respiradero perfecto para que tiendas y comercios coloquen aquello que no pudieron vender durante el año… pero ahora envuelto en celofán publicitario.

Los centros comerciales lucieron abarrotados, sí, pero no por precios irresistibles, sino por la ilusión—esa que no pagan a meses sin intereses—de que algo verdaderamente valía la pena.

Y mientras el consumidor hacía cuentas, revisaba etiquetas y caía en el encanto del marketing, las empresas celebraban el verdadero “buen fin”: el de sus cajas registradoras.

Así que, si usted sintió que salió ganando, revise la factura.

A veces, la única rebaja termina siendo la de nuestras expectativas. Y esa, tristemente, no viene con devolución.

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